El emprendimiento gana cada vez más adeptos y esto se debe a la coyuntura que estamos viviendo, que comprende:
El desmantelamiento de muchas de las instituciones que daban forma a nuestra realidad (grietas en los cimientos);
La intensificación de los retos que enfrenta la humanidad (fuerzas externas); y
El cuestionamiento sobre lo que realmente significa el bienestar, resultado de la pandemia del coronavirus (fuerzas internas).
Si pensamos en o, aún mejor, sentimos la energía detrás del emprendimiento, observamos que es una respuesta natural a lo que está ocurriendo por sus características elementales:
Aire: Flexibilidad, en vez de la rigidez e incondicionalidad de suma cero.
Tierra: Auto-construcción (mente de principiante), que toma el lugar de la especialización, aunque, como en cualquier proceso constructivo, los resultados pueden ser diversos.
Agua: Adaptación, en lugar de rigidez, lo cual permite ir más allá de la constricción y fluir.
Fuego: Pasión, que surge en lugar de tedio cuando des-cubrimos quiénes somos.
Elemento unificador: Enfoque que, a la inversa de la distracción, une o “pega” todo cuando manejas con maestría tu atención.
Si cambiamos de foco y aplicamos estas fuerzas en el ámbito internacional, el término “economías emergentes” tiene un sabor a lo que está surgiendo desde un contexto más fijo. Esta mutabilidad, que durante décadas ha sido vista negativamente por contraponerse con la estabilidad, en el contexto actual nos ofrece una enorme oportunidad de asumir un rol de “puenteo” entre el lugar de donde venimos – la estructura rígida de suma cero – al lugar hacia donde nos dirigimos. Este es un lugar que todxs estamos construyendo en cada momento.
Por ello, tanto emprendedorxs como inversionistas debemos visualizar la realidad que nos gustaría habitar y elegir qué queremos construir, con consciencia, en equilibrio y sin excesos.